MEDINA AZAHARA: ruta parques arqueológicos de España

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Medina Azahara, castellanización del nombre en árabe Madinat al-Zahra («la ciudad brillante»), fue construida en las faldas de la serranía cordobesa (en el Chabdál al-Arus o “Monte de la Novia”), un lugar privilegiado en el valle del Guadalquivir a los pies de Sierra Morena.

Se trata de uno de los conjuntos arqueológicos más importantes de España, que fue mandado construir por el primer Califa cordobés, Abderramán III (Abd al-Rahman III, al-Nasir).

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El yacimiento arqueológico de Medina Azahara está declarado Bien de interés cultural en la categoría de monumento y Patrimonio de la Humanidad, colocando a España en el tercer lugar entre los países con más Patrimonios de la Humanidad del mundo, sólo detrás de China e Italia.

Medina Azahara fue concebida como la nueva sede del gobierno del califato y como lugar de residencia del Califa. Pero no fue solo un palacio, sino una auténtica ciudad dotada de una compleja organización urbanística en cuyo interior se desarrollaba la administración civil y militar del nuevo estado.

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Sin embargo, para comprender la importancia de Medina Azahara hay que entender que, aunque se trata en esencia de un yacimiento arqueológico, desde un punto de vista artístico se trata de uno de los complejos monumentales más originales dentro de la arquitectura hispanomusulmana y del arte islámico en general. Esto se debe a que ni su estructura ni su ornamentación han sido alteradas con modificaciones posteriores, de modo que los restos exhumados por las excavaciones nos permiten tener una idea muy aproximada a la forma que tuvo en su época.

Origen e Historia de Medina Azahara

Su construcción, iniciada en el año 936, se debe al primer califa de Al-Andalus, Abderramán III. En el año 1010 fue saqueada e incendiada durante la guerra civil que desmembró al califato en los reinos de taifas.

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Los principales motivos de su construcción son de índole político-ideológica: la dignidad de califa exige la fundación de una nueva ciudad, símbolo de su poder, a imitación de otros califatos orientales y sobre todo, para mostrar su superioridad sobre sus grandes enemigos, los fatimíes de Ifriqiya, la zona norte del continente africano. Además de oponentes políticos, lo eran también en lo religioso, ya que los fatimíes, chiíes, eran enemigos de los omeyas, mayoritariamente de la rama islámica suní.

De esta manera, en el año 929 se autoproclamaba máximo dirigente político y religioso del Islam como sucesor del profeta Mahoma y príncipe de los creyentes y, como tal, le correspondía gobernar y habitar en una edificación monumental que correspondiera con la grandeza y simbolismo de su dignidad.

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La cultura popular también dice que fue edificada como homenaje a la mujer favorita del califa: Azahara.

La arquitectura y características del complejo

A pesar de su corta vida, Medina Azahara como metrópoli fue el máximo exponente arquitectónico y artístico de la dinastía omeya. Un particular Versalles, célebre en su época, de salones y preciosas columnas de mármoles rojos, capiteles labrados con detalle, oro y piedras preciosas. Con una extensión de 112 hectáreas, la ciudad se construyó sobre tres niveles de terrazas escalonadas aprovechando la pendiente natural de su ubicación e integrándose perfectamente en el paisaje. Había diversas zonas residenciales y oficiales, una mezquita propia y áreas de descanso y recreo.

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Medina Azahara ya poseía a mediados del siglo X una red de agua corriente que abastecía a todos sus edificios y a sus insignes habitantes, 25.000 «almas» que eran la élite de la ciudad de Córdoba, enclave que entonces contaba con más de 500.000 habitantes, mientras que París tenía 50.000 y en Londres solo vivían 12.000 personas.

Córdoba y su ciudad palacio «Medina Azahara» eran el lugar más importante del mundo en aquel momento, destino privilegiado de «peregrinación» de cerebros y hombres cultos venidos de otros países, que pasaban por Medina Azahara e incluso se instalaban allí, contratados por el califa. Científicos, músicos, astrónomos, filósofos y matemáticos cuyo trabajo fue clave para la posterior aparición del Renacimiento cinco siglos más tarde, disfrutaron de los lujos y comodidades de una ciudad palacio sin igual.

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El esplendor del reinado del califa «pelirrojo» no tuvo igual; curiosamente, Abderramán III era descendiente de los Omeya, pero con abuela paterna navarra y madre cristiana.

Las guerras intestinas de Al-Andalus redujeron a Medina Azahara a ruinas solo setenta años después de su fundación. Y la ciudad-palacio permaneció abandonada, sirviendo de cantera extraoficial para muchos de los patios y edificios cordobeses. Pese al hecho de que por el momento se ha excavado y reformado únicamente un 10 por ciento de sus vestigios, su singularidad y atractivo hacen de esta emblemática ciudad palacio un lugar con magia que, abandonado a su suerte durante siglos, vuelve ahora a protagonizar la cultura mundial.

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Cómo visitar Medina Azahara

Pese a su singularidad y belleza, el yacimiento de Medina Azahara ha permanecido desconocido para el gran público. Al menos, si comparamos sus 181.000 visitantes en el 2016 con las cifras de, por ejemplo, la Alhambra en Granada (más de dos millones, anualmente) o la propia Mezquita de Córdoba (1,8 millones de personas).

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Para llegar al yacimiento hay que desplazarse seis kilómetros desde la ciudad de Córdoba. El traslado se puede hacer con algún tour guiado o por libre. Si se opta por esta opción, mejor con vehículo propio, pues la alternativa son unos autobuses turísticos que salen del centro de martes a domingo con una frecuencia de salidas muy reducida.

Una vez llegados al recinto, el acceso a Medina Azahara es gratuito para ciudadanos europeos. Para el resto, el precio de la entrada es de 1,5 euros. La visita comienza en el museo diseñado por Nieto Sobejano y premiado con diferentes galardones en el mundo de la arquitectura.

Historia de Al-Andalus

Al-Andalus fue una civilización que irradió una personalidad propia tanto para Occidente como para Oriente. Situada en tierra de encuentros, de cruces culturales y fecundos mestizajes, al-Andalus fue olvidada, después de su esplendor, tanto por Europa como por el universo musulmán, como una bella leyenda que no hubiera pertenecido a ninguno de los dos mundos. Esta civilización tuvo ocho siglos de existencia.

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Los árabes musulmanes, alentados por la idea de la «guerra santa», iniciaron en el siglo VII una fulgurante expansión por el Oriente Medio y el norte de África, llegando hasta las costas del océano Atlántico.

Aprovechando la crisis interna del reino visigodo, envuelto en una de sus constantes luchas internas por el poder monárquico, tropas musulmanas, compuestas por árabes y beréberes, cruzaron el estrecho de Gibraltar en el año 711 iniciando la conquista de la península ibérica.

Tras la invasión musulmana, la mayor parte de la península ibérica se convirtió en una nueva provincia del califato islámico (imperio musulmán), Al-Andalus. Al frente de este territorio se colocó a un Emir o gobernador que actuaba como delegado del Califa musulmán, por entonces perteneciente a la dinastía Omeya, con capital en ciudad de Damasco.

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Abd-al-Rahman I (756-788) fijó su capital en la ciudad de Córdoba e inició la tarea de construcción de un estado independiente en Al Andalus.

Un importante paso en el fortalecimiento de Al-Andalus se dio en el año 929, cuando el emir Abd-al-Rahman III (912-961) decidió proclamarse Califa, cargo en el que confluían el poder político y el religioso.

El Califa residía en el alcázar de Córdoba, situado junto a la gran mezquita. Unos años después de su autoproclamación, Abd-al-Rahman III ordenó construir, al oeste de la capital, la impresionante ciudad-palacio de Madinat al-Zahra, convertida en residencia califal y en el centro del poder político de Al-Andalus.

En las últimas décadas del siglo X, Almanzor se hizo con el poder efectivo en Al-Andalus; ejercía el cargo de hachib, una especie de primer ministro. Mientras tanto, el califa de la época, Hisham II (976-1009), vivía recluido en el palacio de Madinat al-Zahra sin ejercer en lo más mínimo el poder político.

Almanzor, que basó su poder en el Ejército, integrado sobre todo por soldados beréberes, organizó terroríficas campañas contra los cristianos del norte peninsular. Su muerte en año 1002 inició el proceso de descomposición política (fitna) que llevó al fin del Califato en el 1031.

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